martes, enero 26, 2010





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NO OLVIDEMOS UCHURACCAY Hace 27 años se produjo uno de los hechos de sangre más dolorosos para el país: la muerte de 8 periodistas y dos campesinos en Uchuraccay. Fue uno de los casos más complejos e impactantes que el país tuvo que presenciar durante el conflicto armado interno. Por un lado, conocer la forma en como los comuneros enfrentaban a la subversión y los equívocos a los que se pudo llegar. De otro lado, el drama de una comunidad que luego fue diezmada por la insanía de Sendero Luminoso. Y, por cierto, diversas interpretaciones sobre el caso que, en su momento, causaron polémica. Uno de los primeros posts que escribí trata sobre este caso, sobre la base de lo señalado por la Comisión de la Verdad y Reconciliación (que no distaba en los hechos de lo señalado por la Comisión Vargas Llosa, pero tienen discrepancias severas en las interpretaciones, siendo lo de la CVR más acertado en el diagnóstico y decripción del cuadro general alrededor de los hechos): los comuneros fueron los victimarios de los periodistas y sus acompañantes, a quienes confundieron con senderistas, luego que fueran incitados por miembros de las Fuerzas Armadas a matar a todo extraño que se encontrase a pie. Y, posteriomente, 135 comuneros, en una población de 470 habitantes, murieron en masacres ejecutadas por Sendero Luminoso, como venganza por no alinearse con su ideología. En Uchuraccay, creo yo, se resume gran parte del problema de aquellos - y de estos años -: una violencia sin precedentes, la incomprensión frente a una realidad compleja, el poco respeto por la vida humana, distintas interpretaciones y malos entendidos que terminaron ocultando la verdad por años. Tal como lo hizo el año pasado, Juan Gargurevich recuerda en su blog algunos pasajes de lo ocurrido luego de la masacre. Vale la pena leerlo. Y también vale la pena recordar las actividades que se vienen haciendo en conmemoración de esta fecha, tanto en Lima como en Ayacucho. sólo podría decir que la mejor manera de homenajear perpetuamente a quienes cayeron en esta u otra de las masacres de la época del terror, es, señores periodistas, apostar siempre por la verdad. Por más utópico o idealista que suene, ésta existe y es nuestra obligación hacer que todos la sepan. Seis periodistas de Lima – Eduardo De la Piniella y Pedro Sánchez (El Diario de Marka), Willy Retto y Jorge Mendívil (El Observador), Jorge Sedano (La República) y Amador García (Oiga)– y dos del lugar –Félix Gavilán (corresponsal de El Diario de Marka) y Octavio Infante–, junto con su guía, Juan Argumedo, emprendieron la marcha hasta Hauychao sin sospechar remotamente la suerte que les esperaba Confundidos con terroristas, fueron interceptados cuando casi estaban por llegar a su destino. Fotografías de Willy Retto, que aparecieron después, captan los instantes en que, aparentemente, son detenidos y posteriormente ultimados a golpes con palos, machetes y piedras. Sus cuerpos fueron enterrados semidesnudos, de a dos y de cara a la tierra, contraviniendo las costumbres del lugar lo que reforzaría las suspicacias sobre las circunstancias y autores del crimen. Los eventos tuvieron tal impacto en el país que el gobierno formó una Comisión Investigadora, presidida por Mario Vargas Llosa, cuyo prestigio e independencia despejaban cualquier duda de colusión con el mismo. Luego de dos meses de trabajo concluyeron, sorprendentemente, que los culpables de la muerte de los ocho hombres de prensa eran la sociedad peruana misma, por permitir que miembros de ella vivan en condiciones de aislamiento y marginación tan dolorosos que sólo producen violencia que es respondida con más violencia. El país se sumergió en una intensa disputa, un insulso debate. La Comisión no señaló culpables directos, no especificó responsables políticos y, lo que es peor aún, no aportó nada que ayudara a castigar la responsabilidad de las fuerzas armadas en la instigación al crimen de que fueron parte los campesinos de Uchuraccay. En marzo de 1987, un Tribunal Especial sentenció a tres de los 18 comuneros identificados como autores directos de la masacre a leves penas de penitenciaría, esgrimiendo como atenuante su condición de "semicivilidad". El general Clemente Noel, Jefe Político Militar de la Zona en ese entonces y hoy ya fallecido, fue exculpado por prescripción de los delitos y los familiares nunca recibieron reparación alguna. ¿Hasta cuándo?

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