NOS QUIEREN DEJAR SIN CASA EN NAVIDAD
Por: Miguel Godos Curay
Una lastimera invocación han lanzado el Centro Federado de Periodistas y el Colegio de Periodistas para que sus afiliados honren sus obligaciones pecuniarias y evitar que se consume el embargo de la sede institucional y su posterior remate por la administración tributaria de la ciudad. Agremiados y colegiados no pueden sustraerse a esta responsabilidad que de ejecutarse dejaría a los periodistas en la calle y sin casa donde pasar la noche buena. Perder un local que importó grandes esfuerzos por omisiones injustificadas sería imperdonable.
Quienes conocemos algo de historia sabemos que la Federación de Periodistas del Perú fue un baluarte de defensa de la libre expresión en el Perú. El Colegio de Periodistas se creó posteriormente y con recursos frescos del 1% de la publicidad aportado por los medios. Posteriormente los perdió a consecuencia de dispositivos de Fujimori. A lo que se sumó el perro muerto colegiado y la escasa contribución de sus miembros.
Antes el carnet de la FPP era una condecoración que reconocía en sus afiliados valiosos méritos a favor de la verdad y la defensa de derechos constitucionales fundamentales. La FPP no era el club de sospechosas señoritas pelamuelas que con grabadora en mano deambulaban por todos los convites. La FPP era un baluarte de libertad y sus afiliados eran incluidos dentro de la lista de piedras en el zapato de todas las dictaduras. El carnet de la FPP era un pasaporte de dignidad y de decencia. Aunque algunas veces avezados federados lo utilizaran hasta para ir al cine Variedades.
Hoy, habría que probar a sus afiliados como al oro -bajo sospecha de ser bamba- con el agua regia de una trayectoria periodística legítima o firme posición gremialista. Pues tan ausentes andan los gremios de periodistas que las escasas agremiaciones conocidas se dedican en lugar de la defensa de los derechos de los periodistas a las comilonas mensuales de cumpleaños y a las baby showers y misas de difuntos. Hoy un carnet de la FPP es como un título falso. Un atajo para presumir ser del gremio sin serlo. Una patente de corso frente a los periodistas formados en las aulas universitarias o en la cátedra siempre rediviva de una redacción periodística.
Los periodistas de ayer bebían café por hectolitros y eran naturalmente bohemios porque vivan en el cogüelmo de los acontecimientos públicos cotidianos. Sus conversaciones tocaban el filo de la madrugada y muchas veces acababan en conspiraciones por las grandes causas de una región como Piura. Así desnudaban a políticos de cuerpo entero. Otras veces concentraban su generosidad en causas altruistas que los llenaban de decoro y satisfacción. En otras leían sus notas sobre historias de la vida real que podían dar cuerpo a una novela o sus versos inspirados en una hembra que finalmente convertían en letra de un vals. Eran hombres de carne y hueso con un coraje imbatible. Y su lengua ¡líbrenos Dios! era tan afilada como un espada y tan generosamente humana para decir gracias.
Hoy no, son como saltimbanquis irremediables. No beben café porque les tiembla todo. Ni un pisquito porque se les caen las trenzas. Beben cremolada no para matar la sed sino para mantener la frialdad de la mollera y el tuétano. No defienden nada y no logran entender que las grandes causas no perecen por el miedo. Son temerosos de los juicios con los que se suelen blindar los sinvergüenzas. Son comunicadores light. Sin compromiso de conciencia y sin pasión por la libertad. Y ahí está el punto de quiebre.
Fueron los apasionados de ayer los que consiguieron el local para los periodistas piuranos y son los desapasionados de hoy lo que pueden perderlo para siempre si no despliegan un esfuerzo para honrar lo que negligentemente incumplieron hace tiempo. Los periodistas no somos ignorantes de la ley y sabemos con creces lo que acarrea su incumplimiento. De modo que no hay tiempo que perder para que el despojo se consume. Nos corresponde a todos colegiados y agremiados y a los que siendo del oficio rondamos la esquina movilizarnos como la abuelita amenazada por desalojo para que nos quiten la casa.
Aún recuerdo cuando el humano y diligente conserje Morales llevó a la redacción de Correo a una ancianita con orden de lanzamiento al día siguiente. Los abogados dijeron que no había nada que hacer. La ley es la ley. Los tinterillos: hay que aplicar un recurso extremo. Y este recurso movilizó a las almas generosas de Correo para cambiar la numeración de toda la calle y desaparecer el número de la casita humilde de la indigente vieja. Al otro día el juez y la fuerza pública ni pudieron ubicar el inmueble materia de la diligencia la que se suspendió definitivamente. De modo que aún queda el recurso extremo de los periodistas unidos para defender nuestra única casa y pasar en ella la navidad.
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