DIA DE TODOS LOS SANTOS
En este día de Todos los Santos, cuando los peruanos recordamos a los que partieron por delante, una crónica sobre los sentimientos y los ritos en torno a la muerte, sobre todo en los pueblos del país profundo.En los pueblos de la costa, sierra y selva, existe cierto culto y pasión por la muerte, una convivencia familiar que va más allá del rito de enterrar a nuestros muertos, pues, los difuntos seguirán “viviendo” inmediatamente después de haber sido sepultados, no solo en el recuerdo inmemorial, sino en diversas ceremonias, como el velorio, el duelo, las misas, el lavado de ropa del difunto y en especial el 1 y 2 de noviembre, días de Todos los Santos y de los Difuntos, respectivamente. Sin olvidarnos que dentro de nuestra religiosidad popular, la forma más propicia y atinada de expresar la devoción a un “santo” (el muerto está identificado de esa manera), es la fiesta.Por ejemplo, el primero de noviembre, en las calurosas tierras norteñas de Piura, más exactamente en el apacible distrito de La Arena, la muerte camina juguetona y sensiblemente de la mano con la vida, en un acto simbólico, sencillo y que compromete a las familias que tienen hijos menores de siete años de edad. Las abuelitas, madres, tías, salen en ese día a pasear por la plaza de armas del pueblo, llevando de las manos o cargando en los brazos, a los infantes ataviados con lo mejor de sus ropitas, inmaculadamente limpios.Por otro lado, todas las personas que hayan perdido a un familiar niño, se dirigen también a la plaza con la esperanza de poder encontrar a otro niño que se le parezca, para entregarle durante ese día todo el cariño y las atenciones, en nombre del infante muerto. Con cierto disimulo, con distraída atención, los deudos buscan entre los niños que pasean en la plaza, la felicidad del parecido con la difunta criatura. Primero, es la edad la que da inicio a estas felices comparaciones. Cuando se está ya frente a la criatura que recuerda a la muertita o muertito, se agradece a Dios con rezos y bendiciones y postrándose se le ofrece al niño o niña, miel de caña o chancaca, bizcochos, suspiros, cocadas, pastelitos, camotitos, milanes, chumbequitos, dulces que están primorosamente arreglados dentro de un “angelito”, pequeña y graciosa bolsita preparada minuciosamente para la ocasión.Más allá de la vidaLos niños muertos, angelitos que están en el cielo, son recordados gracias a la presencia inocente de estos otros niños que vienen a ser el motivo principal de la fiesta, la celebración de Todos los Santos, que por extensión es la fiesta de todos los niños, almitas inocentes a las que rezamos, conversamos, confiando nuestras dudas, alegrías, tristezas, errores, esperanzas, con la confianza espiritual de ser escuchados por las que están en el cielo. Así, la reminiscencia espiritual de la muerte es familiar, grata. Toda la familia comulga con ella en forma natural.Durante cuatro o cinco horas, toda la tarde del 1 de noviembre, la plaza de armas del distrito de La Arena, está repleta de un gentío alegre, que ha llegado a participar y presenciar “La Miel de los Niños” o “La Comeración de los Angeles”,(“comeración”, de comer), nombres de esta feliz y singular ceremonia costumbrista, a manera de una antesala de ronda infantil, para luego ir al cementerio a “coronar” y velar a los muertos.Es una fiesta de los niños y para los niños que dura todo el claro día de rotundo sol norteño. Ya en la noche nos dirigimos al cercano cementerio que va llenándose poco a poco de un gentío que ha sacudido sus penas en el tiempo de los caminos; son los inmemoriales peregrinos.Recuerdo vitalFamilias íntegras llegan hasta el campo santo a limpiar tumbas, nichos, lápidas. Se encienden focos, lámparas, velas, cirios. El sombrío cementerio de hace un momento se ve de pronto iluminado, alumbrado por todos los matices e intensidades de luz, alegre, bullicioso, conversador. Se extienden mantas sobre el piso de cemento o en los pequeños jardincillos, se acomodan almohadas, sillas, bancas y se conversa del difunto con alegría, como si estuviera sentado, compartiendo con los seres queridos a los que dejó en la tierra.Reparamos entonces en una tumba pintada de verde, amarillo, azul y celeste y de las flores, globos e infinidad de adornos. Definitivamente, el concepto de la muerte en el norte del país, es un concepto de lo cotidiano, familiar y presente, que convive saludablemente con el quehacer de todos los días. El luto no es sombrío, está combinado con alegres colores. La conversación, pocas veces melancólica, más bien recuerda a los difuntos con alegría, en medio de anécdotas e historias. En realidad, se conversa sobre ellos y con ellos hasta el amanecer, con espaciados convites de sobrio refrigerio allí adentro, en el ámbito del campo santo, mientras que afuera se explaya el apetito y la sed norteños bajo los techos de los quioscos o en cualquier lugar que se preste.Por otros cLimasEstamos en el valle del Mantaro, la celebración de Todos los Santos o Dia de los Vivos, se festeja con un juego llamado Tejo o La Raya, una antigua costumbre que está muy arraigada y que, según parece, se recoge de la tradición de reunirse en casa de los deudos al siguiente día del entierro del difunto, para recordarlo mientras se bebe, se come y se juega Tejo o La Raya, sobre el piso de tierra preparado, apisonado, donde se traza una raya horizontal de más o menos un metro de longitud, en cuyo centro se dibuja una pequeña pirámide que será el objetivo de las fichas que se arrojan. Los jugadores buscarán que las fichas caigan dentro de esa pequeña pirámide para sumar puntos. Pirámide para algunos y cajón para otros que comentan un poco al desgaire, “es la tierra, la pachamama, el espíritu de los muertos que los acompañan en este juego de recuerdos, y despedida al difunto”.En los distritos de Acolla y Masma, provincia de Jauja, para esta misma fecha de Todos los Santos, las comparsas de la danza La Pachahuara, bailan en el pueblo y en el cementerio acompañadas de una orquesta típica de la zona. La palabra “Pacha-huara” significa “Amanecer en la tierra”. Con ella, Música propiciatoria, se pide a la naturaleza para que lleguen las lluvias. En los pueblos de Junín, Huancavelica, Ayacucho, después de enterrar al difunto, se acostumbra el Kaypin Cruz (“aquí está la Cruz” en quechua), reunión en un lugar determinado, donde deudos, familiares, amigos, saborean algunos platos y brindan con licores por sus muertos. En Huancayo, frente al cementerio, existe un local a propósito para esta costumbre con el nombre escrito en letras grandes de “Kaypin Cruz”. También es costumbre el lavado de ropa del difunto al quinto de día de su fallecimiento, es la Pichka ( cinco en quechua), a manera de despedida ritual, para que el alma vaya al “otro mundo” limpia de todo pecado terrenal.AccidentadosEn Huancavelica, cuando muere una persona en accidente, se lleva al lugar del hecho a un perro negro que es sacrificado y cuya sangre es desparramada en la creencia de que esa sangre ayudará a aclarar el alma del difunto que está confundida, perdida por la violenta muerte. Las mujeres, solamente las mujeres, en medio de rezos y llanto tendrán el cuidado de buscar pequeñas piedras para colocarlas en el nicho del desaparecido, piedras que servirán para la defensa de esta alma nueva de las otras almas antiguas del cementerio que no aceptan la llegada de este turbado espíritu.Como el camino es largo en el recorrido para el otro mundo, deudos y familiares colocan vasos con agua para la sed en el lugar del velorio y cuidan de que el difunto este calzado para su recorrido por senderos difíciles, hasta encontrar el lugar que le corresponde, limbo, infierno, cielo
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